domingo, 12 de diciembre de 2010

El Marqués de Sade.



Libertino por excelencia, pero al fin y al cabo llevó una vida más monacal que libertina por sus condenamientos. Estuvo encarcelado más de la mitad de su vida, pero… ¿por qué?

Para Sade, la naturaleza es indiferente a la moral, no existen leyes morales naturales. Condenó la pena de muerte, era republicano hasta la médula, defensor máximo de la libertad de expresión, antieclesiástico, ateo… y considerado incluso en la actualidad, como un enfermo sexual, por ir en contra del heterocentrismo y el patriarcado. Sus obras, que al fin y al cabo pueden verse como ensayos pretenciosos aliñados con escenas pornográficas, son una auténtica provocación a la sociedad occidental moderna. La da la vuelta, la retuerce, indica pautas de acción política y cambio social y expone sus utopías.

Yo la primera vez que lo leí, había algunos fragmentos que me dejaban un poco traspuesta, pero, según dice aquella gente que lo ha estudiado con profundidad, no son más que exageraciones libertinas, y entre otras cosas, porque a ratos abundan los sofismas.

Y esas dos mujeres que a pesar de ser hermanas son totalmente antagónicas, la virtuosa de Justine, y la puta de Juliette. Justine, la limpia, la pura, la casta, la esposa, la mujer buena. Y por el otro lado, Juliette, eterno paradigma de la prostituta, mujer atea que encarna las fantasías transgresoras del pensamiento masculino. Justine, objeto, marioneta, se le arrebata su papel de sujeto al destino. Juliette, es una heroína, toma las riendas de su destino, está por encima del bien y del mal; Juliette, es siempre sujeto de sus actos.

Que sus ideas nunca dejen de fluir, y que sus libros, nunca sean censurados.

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